miércoles, 24 de agosto de 2011

¿La Poesía amansa a las fieras?



El rojo carmín pintaba mis labios, sonreír en el espejo me dio más fuerzas aún para enfrentarme a ello. Ese era mi reflejo, preciosa, radiante, apetecible. Veía a una chica con el pelo castaño, brillante, sedoso, perfumado, ondulado, cayendo por sus pechos y por sus hombros descubiertos. Llevaba un vestido negro, sin tirantes y escotado. De manera que el sujetador invisible pudiera realzar mis pechos y dejar volar la imaginación entre ellos. Bajando por las curvas del placer, el vestido terminaba dos palmos por encima de las rodillas. Dejando ver debajo unas medias negras de encaje con flores entrelazadas, que hacen que mis piernas sean el camino perfecto hacia la fuente del placer. Cuanto más me miraba menos me reconocía y más me gustaba, no quiero imaginar que pensarán mis hombres cuando me vean. Si fuera así por la calle sería violada varias veces un mismo día por distintas personas, incluso al pasear y ver mi reflejo en los escaparates yo misma me hubiera violado.

Después de contemplarme en silencio 15 minutos en el espejo, decidí rematar la provocación poniéndome algún colgante llamativo y brillante, de esta manera los ojos de ellos irán más directos a mi canalillo. Una vez maquillada, vestida y perfumada cogí  mi bolso y salí de casa para dirigirme ya al lugar al que jamás pensé que fuera a ir en mi vida. Un lugar lúgubre, dónde la gente prefiere no entrar y no verse envuelta en tanta perversión. Fui andando, quería mentalizarme y acostumbrarme a ser vista por todos, quería ir saboreando la sensación que se siente al ser deseada por todo hombre que me mirase. Y así fue, las miradas, las sonrisas, los guiños y las bocas abiertas eran algunas reacciones que pude ver mientras dejaba mi aroma por la ciudad. En ese momento sin duda me sentía deseada, andaba con la cabeza bien alta desde el segundo piropo. Mientras, memorizaba aquello que tenía que decir cuando llegara a mi destino y realmente estuviera encerrada con esos hombres.

Ya había entrado en el edificio. Lo único que oía era mi corazón latir con fuerza y mis tacones clavándose en el suelo a cada paso. Dos guardias babeantes me acompañaban a mi destino. Ambos muy serviciales, como adolescentes se peleaban por abrirme las puertas y facilitarme el camino. Estaba todo más oscuro de lo que pensaba, las luces por estos pasillos eran suaves. Deseaba que al llegar con ellos siguieran siendo igual de suaves para no sentirme tan violenta. Sentía que mi colgante tenía vida propia y me quemaba en el pecho, como si fuera la pila que me mantenía erguida y caminando. De vez en cuando oía voces procedentes de mi entorno, eso me ponía aún más nerviosa. Los guardias olían mi miedo, uno de ellos me miró de tal forma que me relajó, una mirada de complicidad y consuelo. La sonrisa del otro me dijo que estaba loca por meterme dónde iba a meterme.

Por fin llegamos, los guardias me abrieron la puerta y me dejaron en el pasillo sola, vigilándome por supuesto. Mi mente estaba paralizada, sin saber que hacer, pero me puse a caminar entre las dos filas de celdas. No veía bien los rostros de cada preso, pero sin duda todos empezaron a gritar, a salivar, a soltar toda clase de obscenidades posible, silbaban, me miraban, sacaban los brazos de sus rejas intentando tocarme y llegar a mi. Algunos se bajaron los pantalones, otros simplemente estaban embobados sin entender qué pintaba yo allí. Una chica joven, con esas pintas, paseándose delante de ellos. No me asusté, seguía caminando de una punta a otra, provocando con mis movimientos, hasta que me paré en medio y empecé a recitar:

Al brillar un relámpago nacemos, 
No conseguían oírme con claridad, aún estaban todos inquietos gritando, subí la voz


y aún dura su fulgor cuando morimos; 
¡tan corto es el vivir!



De pronto todos callaron y comenzaron a oír esta rima de Becquer que salía de mis labios…


La Gloria y el Amor tras que corremos 
sombras de un sueño son que perseguimos; 
¡despertar es morir!



Al terminar el primer poema sólo se oía el silencio, no sabía si el silencio era buena señal, yo aún oía mi corazón, decidí continuar con Espronceda…


Con diez cañones por banda,


Nada más empezar algunos ya rieron, se notaba que la conocían…sonreí y seguí


viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín…


Estaban entusiasmados, alucinados, acostados en sus celdas oyéndome, algunos llorando, otros riendo, querían que siguiera. Becquer, Neruda, Espronceda, Miguel Hernández…estuve unas dos horas con ellos recitándoles mientras me paseaba delante de cada celda tranquilamente. Les vi llorar, sonreír, aplaudir, agradecer, silbar (y esta vez no por mi cuerpo). Se les olvidó por completo que yo era una mujer, una mujer provocativa, una mujer que olía de maravilla cerca de ellos. De repente simplemente fui esperanza, sosiego, paz, alegría, novedad…Al irme sólo recibí palabras bonitas. Seguro que nadie había visto  tantas lágrimas en rostros masculinos a la vez, esas lágrimas terminaban en una sonrisa de agradecimiento. Yo les sonreí y miré a todos sin decir nada. Y me dispuse a salir de allí, los guardias también estaban sobrecogidos. Les di  varias fotocopias de los poemas que había recitado para los presos. Ambos me acompañaron a la salida y por última vez en la cárcel recibí un: gracias.



2 comentarios:

  1. Un relato curioso pero extremadamente esperanzador. Todos tenemos en nuestro interior una sensibilidad especial que la poesía saca a relucir, en algunos más oculta que en otros, pero nadie sano carece de ella. Sin duda, lo que has relatado es una de las imágenes más conmovedoras que podría imaginar, una demostración que hasta los que parecen haber renunciado a su humanidad pueden ser reconvertidos.

    Gracias por esta visión tan esperanzadora. A partir de ahora te sigo.

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  2. Hola fénix.Sí, es esperanzador y tiene su simbología. Lo escribí pensando que esa chica era yo y hacía algo así ^^

    Me has sorprendido muchísimo!Me has dejado con una carita de tonta...no sé cómo agradecerte tus 3 comentarios. Incluso me has llegado a asustar porque amo Mago de Oz...

    MIL GRACIAS

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